Jugando con núcleos y catálisis

Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual

Consigna:  incorpore al menos tres catálisis en el cuento “Los amigos” de Cortázar (una que sea un diálogo, las otras descripciones). Justifique en un texto aparte su expansión (de modo sencillo, simplemente por qué resultaba operativo incorporarlas en ese momento de la historia o qué podían agregarle al lector, entre otras posibles).A su vez,modifique alguno de esos núcleos en el cuento “Los amigos” de Cortázar de modo que la historia cambie.

Julio Cortázar (1914-1984) 

Los amigos 

(Final del juego, 1956) 

En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo, pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas infor­maciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos, la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido. 


Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Desconocía la despiadada figura que reflejaba aquel cristal; la delgada línea entre el bien y el mal ocupaba por completo su pensamiento, ¿estaría por hacer lo correcto? Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia. Su corazón iba muy rápido, las manos le sudaban y percibía el acelerado ritmo de su respiración. Estaba por tomar una de las decisiones más cruciales de su vida, aquella que cambiaría por completo su destino. 

A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorpren­dido. 

- ¿Qué haces por aquí? – preguntó asombrado. 

- ¡Si tan solo hubiese otra salida que no fuese la muerte! - exclamó Beltrán. 

- ¿De qué hablas? – cuestionó la víctima. 

- Perdóname viejo camarada – susurró el asesino. 







He añadido las dos primeras catálisis a fin de que el lector conozca más a fondo la interioridad de Beltrán y se acerque aún más a él; una descripción más detallada del personaje y sus rasgos internos le posibilita a quien lee, una comprensión más profunda de éste y los sentimientos/ pensamientos que lo atraviesan a lo largo del relato. La suerte de Romero estaba en manos de Beltrán y la presión era muy grande. ¿Deseaba realmente matarlo? Número Tres se hallaba en un dilema sumamente delicado, pues la vida o la muerte de su viejo amigo dependía un simple movimiento en las afueras del café de Cochabamba y Piedras. 

El uso del diálogo hacia el final del cuento permite que el lector se adentre aún más en el clima de la historia y se sienta partícipe del momento previo a la muerte de Romero. Las palabras pronunciadas por Beltrán demuestran su lucha interna donde lamentablemente ha ganado el deber y su compromiso con Número Uno. 

Decidí suprimir el final de la narrativa con el objeto de que el lector pueda imaginarse su propio final. Desde mi perspectiva, se abre paso a que cada uno fantasee una historia distinta y personal. 

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