Volver a pasar por el corazón - Escena de Lectura
Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual
Consigna: Escriba una “escena de lectura” propia de un libro de poesía o prosa, de una historieta, una revista, un film, un cuadro, una fotografía, una melodía, una ciudad, que le haya resultado significativa y por eso perdure en su memoria
Volver a pasar por el corazón
Recordar es volver a vivir. O al menos, eso dicen. Nuestra memoria nos concede pedacitos del pasado que se nos presentan sin preaviso para desbaratarnos el alma en tan solo un instante. Si tenemos suerte, algunos nos visitan un largo rato para mimarnos el corazón. Otros, se esfuman en cuestión de segundos. Recordar, del verbo extrañar. Del verbo regresar.
Hacer de aquellas piezas evocadas de nuestra historia una oportunidad valiosa para sentir una vez más esas risas, abrazos, charlas y miradas que marcaron nuestro andar. Viajar mentalmente en el tiempo como forma que nos permite frenar la vida presente para recordar y esbozar al paralelo una lágrima, una sonrisa o quizás una mezcla entre ambas.
Frenar, del verbo volver. Del verbo añorar. Proyectar en el minicine de nuestra cabeza algunos de los tantos capítulos de la novela que dirigimos y protagonizamos. Traer a la mesa recuerdos llenos de polvo y telaraña que aún conservan su esencia original. Escenas que se desprenden del muro de los recuerdos con sutileza, como ladrillos que conforman la pared de nuestra vida, que nos hacen ser quienes somos hoy.
A mí, cada tanto, se me aparecen algunas. De esas que tengo guardadas en el fondo del cajón y que casi ya no recordaba. Pero ahí están. Vivitas y coleando. Brotando en el caos de mi cabeza sin darme tiempo a reaccionar. Llegando de sopetón, sin que las vea venir y conmoviéndome el corazón de un saque. Empapándome el alma de sensaciones que no creía tener dentro de mí.
Soy una sutil creyente de que la vida, astuta y piadosa, nos va dejando migajas en el camino para que recordemos. Para que no olvidemos. Sabe que somos un poco torpes y despistados, capaces de extraviar escenas hermosas que hemos vivido. Por eso, silenciosamente y haciendo un poco de su magia, nos trae devuelta objetos, personas, olores, frases y canciones que nos movilizan hasta la punta del pie.
En mi caso, la radio se ha convertido en una especie de máquina del tiempo que, con tan solo escucharla, me traslada a momentos arrinconados y oxidados que no creía volver a recordar. Encendida desde temprano hasta que el sol se oculta, con un tono suave y delicado, sintonizando distintos programas a lo largo del día y siendo la compañera más fiel de mi mamá, la radio aparece en la mayoría de las escenas de mi infancia. Todavía tengo un tanto fresca la imagen de aquellas tardes de verano junto a mi prima, haciendo nuestra propia revista al compás de la música que la FM nos regalaba. Forrada con papel de diario y con nuestras manos pintadas en la portada, la revista “CarVic” (en alusión a Carolina y Victoria) encarnan la definición casi perfecta de mi niñez: deseos y sueños por cumplir, historias inventadas con amores imposibles y una inocencia e imaginación enternecedora. Sus hojas coloridas, decoradas con recetas, cuentos, stickers y fotos de famosos de la época, se combinaban con nuestra desprolija letra de niñas de primaria. Fue mi primer acercamiento al mundo del periodismo que recuerdo con mayor nitidez. Todos los domingos sacábamos una nueva edición para el público familiar que nos recibía con aplausos y elogios. Durante varios años, mantuvimos la bella costumbre de regalarle un par de horas a nuestro micro emprendimiento mientras escuchábamos de fondo una mezcla de pop, Floricienta, Casi Ángeles y Radio Disney.
De a poco, Radio Disney se convirtió en Radio TKM, acompañando mi pre-adolescencia mientas me devoraba la saga de Caídos del Mapa, una colección de libros que me sacó del universo de los cuentos infantiles para introducirme de lleno en la vida juvenil con sus usuales dramas y travesuras. Recuerdo sentirme grande leyendo aquellas hojas, proyectando cómo sería la vida de secundaria que prontamente me tocaría vivir. Fue a partir de esa mezcla entre música “púber” y literatura clásica que, de a poquito, fui formando mi primera versión adolescente.
Durante toda mi secundaria y hasta estos días, la radio nunca dejó de acompañarme. Como el olor a café recién hecho en las mañanas, ella es para mí sinónimo de madrugada, de hogar. Si está encendida, significa que mi madre está despierta. Funciona como una suerte de código familiar que mi hermana, mi padre y yo incorporamos con facilidad. Con el paso de los años, le tomamos un gran cariño a esta vieja amiga, su cálida presencia ya se ha vuelto costumbre entre nosotros y nos resistimos a abandonarla por más años que posea.
La radio, cajita parlante y frágil, gran compañera de noches de estudio, testigo de innumerables rondas de mates junto a mi abuela y bailes al compás de sus canciones, se ha convertido verdaderamente en un tesoro familiar.
A ella le adjudico gran parte de mis momentos de inspiración y escritura. Muchas veces me ha dado aquel impulso que necesitaba para agarrar el papel y trazar un sinfín de letras. Es el puente entre mi corazón y la realidad. El refugio menos pensado, pero el más disfrutado.
Siempre de fondo, pero nunca ausente, la radio estuvo presente en cada paso de mi vida. Ella le da sonido a mi alma. Me regala constantemente canciones viejas y voces de otro tiempo para que recuerde esos momentos de compañía mutua vividos todos estos años. Para traer a la luz aquellos recuerdos borrosos, pintando mi vida con una paleta interminable de sentimientos. Para no olvidar jamás que ella ha estado allí, que nunca ha dejado de sonar.
Radio, con r de recordar, del latín “recordari”, formado por re (de nuevo) y cordis (corazón). Radio, con r de recordar, de volver a pasar por el corazón.
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