El bere-bere - Narración Oral

Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual

(La página no me permite aún subir el video de la narración oral pero acá dejo la historia escrita)
El bere-bere 

- ¿Qué es? preguntó Rita desconcertada, mirando unos objetos que estaban cuidadosamente expuestos en la vitrina del living de Sandra. 
- Es un bere-bere – contestó Sandra, con un tono que denotaba que, para ella, era un objeto conocido y hasta familiar.
- Ah, y… ¿de dónde lo sacaste? ¿Para qué sirve?
- Esas son dos preguntas muy distintas. Me gustaría contarte primero qué es, y lo demás sale solo. 

Sandra se acomodó en el sillón y entrecerró los ojos, como hacía siempre que contaba alguna anécdota de las tantas que había vivido en sus años de estudios arqueológicos.

- Los bere-bere son objetos de rituales originarios, que también servían como armas de defensa. Serían equivalentes a las flechas de piedra que usaban en otros lugares de América… Se encuentran muchos en los viejos cementerios cairoles, junto con los tibi-tibi, que eran como relojes de arena pero de otro material, como una arcilla muy fina. Se decía que cuanto más se tallaba una de estas puntas, más cerca se estaba de la victoria contra el enemigo. Eran como un conjuro contra la adversidad.
- Bueno, pero ¿para qué te los trajiste? Tenés unos cuantos acá guardados – interrumpió Rita, tomando varios y arrojándolos al aire, haciendo que en su caída chocaran unos con otros en sus manos.

Se escuchó un sonido estridente, como una música primitiva ejecutada con violencia que parecía surgir del aire, o de la nada. Rita se encontró proyectada hacia el suelo con una fuerza inusitada. Lo más extraño era que ese magnetismo no le permitía levantarse. Sandra siguió en el sillón, como ensimismada, sin mostrar asombro ni susto ante el fenómeno. Tampoco se movió para auxiliar a su visitante, que parecía luchar contra fuerzas invisibles.

- Se dice que los bere-bere, empuñados en lanzas, no pudieron hacer nada contra los fusiles y cañones de los conquistadores. Y que los que quedaron sin destruir conservan una extraña fuerza. La leyenda dice que si se los toma en la mano y se los oprime con respeto, se pueden sentir mucho más de cinco siglos de historia corriendo por las venas. Pero si se los desprecia, como hicieron los soldados con los indios, se pueden sentir en el cuerpo las batallas perdidas… del lado de los perdedores, claro – dijo Sandra, con los ojos todavía entrecerrados, y siguió, como hablando para sí misma: Voy a dar pronto un curso muy interesante sobre conquista y colonización de América, y pienso incluir muchas de estas cosas, es decir, de la visión que quedó quinientos años después, y de cómo la Historia se transmite según quién la cuenta. Sería bueno que vinieras…

Después de unos minutos de forcejeos y temblores desesperados, la extraña fuerza pareció sosegarse. Rita quedó tendida en el piso, más por el susto y el cansancio que por el maltrato sufrido. Cuando se pudo recuperar de semejante episodio, su ánimo se dividía entre un sentimiento de furia hacia la que hasta ese momento creía su amiga y la necesidad de salir corriendo de su casa.

- ¿Cómo pudiste? ¿Cómo no me avisaste nada cuando me viste tomar las porquerías ésas? explotó, finalmente, mientras soltaba los objetos, se sacudía las manos y buscaba su cartera.
- Esperá, no te vayas, al menos dejá que te prepare un té –dijo Sandra, disimulando una carcajada  mientras se dirigía a la cocina. ¿Qué querías que te dijera? Me hubieras tomado por loca y quizá los hubieras tirado al suelo, o algo peor. Tenés que agradecer…
- ¡Todavía me pedís que te agradezca!  -gritó Rita, casi fuera de sí. No quiero ningún té, a ver si me pasa otra cosa…
- Digo que tenés que agradecer que los bere-bere fueron bastante benévolos con vos. Habrán percibido que lo tuyo era más ignorancia o escepticismo que menosprecio. A no todos les fue tan bien – dejó deslizar enigmáticamente la arqueóloga.
- ¿A qué te referís? -preguntó Rita, dejando el bolso en una silla, con un escalofrío en la espalda.
- Y… Otros tuvieron convulsiones, epilepsia, terminaron en psiquiátricos… No con estos bere-beres que yo guardo, sino por otros que se conservaron con más rencor, que vieron más sangre en los campos y las aldeas… Los míos son más pacíficos, no pasan de lo que te hicieron a vos. Por eso yo estaba tranquila. Acá tenés el té, por favor consideralo una disculpa –dijo Sandra, aunque en su cara no se advertían demasiados signos de arrepentimiento.
- Todavía no sé si huir despavorida de esta casa o si pedirte que me incluyas en ese curso que dijiste – suspiró Rita, sentándose para tomar el té, todavía un poco en guardia. – ¿No me estaré sentando arriba de ningún guerrero resentido, no?
- No – estalló Sandra en carcajadas. – Ahora, decime la verdad: jamás hubieras creído la historia de  los bere-beres si no te hubiera pasado esto, ¿no te parece? – dijo, todavía risueña.
- Mirá, no me hablés más de eso – bufó Rita, terminando su té y tomando su cartera. Llamame cuando empiece tu curso, ¿sí? No creas que soy tan necia, y puede ser que después de esto, empiece a escuchar tus anécdotas desde otra perspectiva… Quizás me quedé más con la versión de las tres carabelas que con lo que haya pasado realmente, ¿no? Pero eso sí, ¡no me pidas que toque ninguna de tus malditas piezas de colección!


Consigna: Probar de tomar la historia oral y contarla "desordenada": usar 2 flashbacks (retrospecciones) + 2 anticipaciones (prolepsis) + 1 pausa y 1 elipsis. Con respecto a la enunciación, elegir por lo menos 3 narradores distintos para contar el cuento.

En la siguiente versión de la historia he sumado: 1 retrospección, 1 elipsis y una 2 prolepsis. (Las modificaciones aparecen en cursiva). 



El bere-bere 
“Con qué ley me juzgaron, por culpable de qué, 
De ser libre en mi tierra, o ser indio tal vez… 
Qué conquista festejan, que no puedo entender…” 
(Amutuy soledad, Marcelo Berbel) 

La luna llena, con su brillo característico, se asomaba tras la ventana. Sandra no podía quitarle los ojos de encima, como si estuviese bajo un efecto hipnótico. Al contemplarla, el recuerdo le devolvía aquellas noches de verano donde la luz natural se combinaba con el calor de la fogata, acompañando cálidamente las hazañas y poemas mapuches que su abuelo le recitaba. Imaginaba cómo hubiese sido su existencia en los tiempos de sus antepasados, tiempos de coraje, valentía, amor por la tierra y la lucha por su liberación de su pueblo; las crueles y sangrientas escenas transcurrían en su mente a una velocidad vertiginosa. Una suave voz detuvo su ensueño.

- ¿Qué es? preguntó Rita desconcertada, mirando unos objetos que estaban cuidadosamente expuestos en la vitrina del living de Sandra.
- Es un bere-bere – contestó Sandra, con un tono que denotaba que, para ella, era un objeto conocido y hasta familiar.
- Ah, y… ¿de dónde lo sacaste? ¿Para qué sirve?
- Esas son dos preguntas muy distintas. Me gustaría contarte primero qué es, y lo demás sale solo.

Sandra se acomodó en el sillón y entrecerró los ojos, como hacía siempre que contaba alguna anécdota de las tantas que había escuchado de boca de su abuelo. No tenía mucho tiempo, debía ser precisa a la hora de explicarse pues deseaba desconcertar lo menos posible a Rita. 

- Los bere-bere son objetos de rituales originarios, que también servían como armas de defensa. Serían equivalentes a las flechas de piedra que usaban en otros lugares de América… Se encuentran muchos en los viejos cementerios cairoles, junto con los tibi-tibi, que eran como relojes de arena pero de otro material, como una arcilla muy fina. Se decía que cuanto más se tallaba una de estas puntas, más cerca se estaba de la victoria contra el enemigo. Eran como un conjuro contra la adversidad.
- Bueno, pero ¿para qué te los trajiste? Tenés unos cuantos acá guardados – interrumpió Rita, tomando varios y arrojándolos al aire, haciendo que en su caída chocaran unos con otros en sus manos.

Se escuchó un sonido estridente, como una música primitiva ejecutada con violencia que parecía surgir del aire, o de la nada. Rita se encontró proyectada hacia el suelo con una fuerza inusitada. Lo más extraño era que ese magnetismo no le permitía levantarse. Sandra siguió en el sillón, como ensimismada, sin mostrar asombro ni susto ante el fenómeno. Tampoco se movió para auxiliar a su visitante, que parecía luchar contra fuerzas invisibles.

- Se dice que los bere-bere, empuñados en lanzas, no pudieron hacer nada contra los fusiles y cañones de los conquistadores. Y que los que quedaron sin destruir conservan una extraña fuerza. La leyenda dice que si se los toma en la mano y se los oprime con respeto, se pueden sentir mucho más de cinco siglos de historia corriendo por las venas. Pero si se los desprecia, como hicieron los soldados con los indios, se pueden sentir en el cuerpo las batallas perdidas… del lado de los perdedores, claro – dijo Sandra, con los ojos todavía entrecerrados, y siguió, como hablando para sí misma: Voy a dar pronto un curso muy interesante sobre conquista y colonización de América, y pienso incluir muchas de estas cosas, es decir, de la visión que quedó quinientos años después, y de cómo la Historia se transmite según quién la cuenta. Sería bueno que vinieras…

Después de unos minutos de forcejeos y temblores desesperados, la extraña fuerza pareció sosegarse. Rita quedó tendida en el piso, más por el susto y el cansancio que por el maltrato sufrido. Cuando se pudo recuperar de semejante episodio, su ánimo se dividía entre un sentimiento de furia hacia la que hasta ese momento creía su amiga y la necesidad de salir corriendo de su casa.

- ¿Cómo pudiste? ¿Cómo no me avisaste nada cuando me viste tomar las porquerías ésas? explotó, finalmente, mientras soltaba los objetos, se sacudía las manos y buscaba su cartera.
- Esperá, no te vayas, al menos dejá que te prepare un té –dijo Sandra, disimulando una carcajada  mientras se dirigía a la cocina. ¿Qué querías que te dijera? Me hubieras tomado por loca y quizá los hubieras tirado al suelo, o algo peor. Tenés que agradecer…
- ¡Todavía me pedís que te agradezca!  -gritó Rita, casi fuera de sí. No quiero ningún té, a ver si me pasa otra cosa…
- Digo que tenés que agradecer que los bere-bere fueron bastante benévolos con vos. Habrán percibido que lo tuyo era más ignorancia o escepticismo que menosprecio. A no todos les fue tan bien – dejó deslizar enigmáticamente la arqueóloga.
- ¿A qué te referís? -preguntó Rita, dejando el bolso en una silla, con un escalofrío en la espalda.
- Y… Otros tuvieron convulsiones, epilepsia, terminaron en psiquiátricos… No con estos bere-beres que yo guardo, sino por otros que se conservaron con más rencor, que vieron más sangre en los campos y las aldeas… Los míos son más pacíficos, no pasan de lo que te hicieron a vos. Por eso yo estaba tranquila. Acá tenés el té, por favor consideralo una disculpa –dijo Sandra, aunque en su cara no se advertían demasiados signos de arrepentimiento.
- Todavía no sé si huir despavorida de esta casa o si pedirte que me incluyas en ese curso que dijiste – suspiró Rita, sentándose para tomar el té, todavía un poco en guardia. – ¿No me estaré sentando arriba de ningún guerrero resentido, no?
- No – estalló Sandra en carcajadas. – Ahora, decime la verdad: jamás hubieras creído la historia de  los bere-beres si no te hubiera pasado esto, ¿no te parece? – dijo, todavía risueña.


Consigna: con respecto a la enunciación, elegí contar el cuento con un narrador en primera persona. 

El bere-bere

“Con qué ley me juzgaron, por culpable de qué,
De ser libre en mi tierra, o ser indio tal vez…
Qué conquista festejan, que no puedo entender…”
(Amutuy soledad, Marcelo Berbel)

- ¿Qué es? – me preguntó Rita desconcertada, mirando unos objetos que estaban cuidadosamente expuestos en la vitrina del living. 
- Es un bere-bere – contesté. 
- Ah, y… ¿de dónde lo sacaste? ¿Para qué sirve? 
- Esas son dos preguntas muy distintas. Me gustaría contarte primero qué es, y lo demás sale solo …– dije con cierto tono misterioso. 

Me acomodé sigilosamente en el sillón, respiré profundo y entrecerré los ojos de tal forma que aún pudiese observar a Rita. Sin tiempo que perder, me dispuse a contar la mágica y sorprendente historia que se oculta detrás de aquellas piezas ancestrales. 

- Los bere-bere son objetos de rituales originarios, que también servían como armas de defensa. Serían equivalentes a las flechas de piedra que usaban en otros lugares de América… Se encuentran muchos en los viejos cementerios cairoles, junto con los tibi-tibi, que eran como relojes de arena pero de otro material, como una arcilla muy fina. Se decía que cuanto más se tallaba una de estas puntas, más cerca se estaba de la victoria contra el enemigo. Eran como un conjuro contra la adversidad.
- Bueno, pero ¿para qué te los trajiste? Tenés unos cuantos acá guardados – me interrumpió Rita, tomando varios y arrojándolos al aire, haciendo que en su caída chocaran unos con otros en sus manos.

De pronto, se escuchó un sonido estridente, como una música primitiva ejecutada con violencia que parecía surgir del aire, o de la nada. Conocía aquella melodía, pero ya hacía mucho tiempo que no tenía el placer de escucharla. Tal como me sucedió a mí unas décadas atrás, una fuerza inusitada empujó a Rita hacia el suelo. El magnetismo no la dejaría levantarse por un buen rato y yo no podía ayudarla; debía dejar que ella conociese por su cuenta el encantamiento de estos objetos tan inusuales… 

- Se dice que los bere-bere, empuñados en lanzas, no pudieron hacer nada contra los fusiles y cañones de los conquistadores. Y que los que quedaron sin destruir conservan una extraña fuerza. La leyenda dice que, si se los toma en la mano y se los oprime con respeto, se pueden sentir mucho más de cinco siglos de historia corriendo por las venas. Pero si se los desprecia, como hicieron los soldados con los indios, se pueden sentir en el cuerpo las batallas perdidas… del lado de los perdedores, claro –dije pausadamente mientras veía cómo mi amiga luchaba contra fuerzas invisibles -. Voy a dar pronto un curso muy interesante sobre conquista y colonización de América, y pienso incluir muchas de estas cosas, es decir, de la visión que quedó quinientos años después, y de cómo la Historia se transmite según quién la cuenta. Sería bueno que vinieras…

Después de unos minutos de forcejeos y temblores desesperados protagonizados por mi compañera, la extraña fuerza pareció sosegarse. Rita quedó tendida en el piso, supongo que más por el susto y el cansancio que por el maltrato sufrido. Cuando se pudo recuperar de semejante episodio, un sentimiento de furia se apoderó de ella y lo dirigió sin escrúpulos hacia mí. 

- ¿Cómo pudiste? ¿Cómo no me avisaste nada cuando me viste tomar las porquerías ésas? explotó, finalmente, mientras soltaba los objetos, se sacudía las manos y buscaba su cartera.
- Esperá, no te vayas, al menos dejá que te prepare un té –dije rápidamente mientras me dirigía al cocina disimulando una carcajada -. ¿Qué querías que te dijera? Me hubieras tomado por loca y quizá los hubieras tirado al suelo, o algo peor. Tenés que agradecer…
- ¡Todavía me pedís que te agradezca! -me gritó Rita, casi fuera de sí. No quiero ningún té, a ver si me pasa otra cosa…
- Digo que tenés que agradecer que los bere-bere fueron bastante benévolos con vos. Habrán percibido que lo tuyo era más ignorancia o escepticismo que menosprecio. A no todos les fue tan bien – declaré enigmáticamente.

- ¿A qué te referís? -preguntó Rita, dejando el bolso en una silla.
- Y… Otros tuvieron convulsiones, epilepsia, terminaron en psiquiátricos… No con estos bere-beres que yo guardo, sino por otros que se conservaron con más rencor, que vieron más sangre en los campos y las aldeas… Los míos son más pacíficos, no pasan de lo que te hicieron a vos. Por eso yo estaba tranquila. Acá tenés el té, por favor consideralo una disculpa –dije intentando contener la risa.
- Todavía no sé si huir despavorida de esta casa o si pedirte que me incluyas en ese curso que dijiste – suspiró Rita, sentándose para tomar el té. – ¿No me estaré sentando arriba de ningún guerrero resentido, no?
- No, jajajajajajaja -. Ahora, decime la verdad: jamás hubieras creído la historia de los bere-beres si no te hubiera pasado esto, ¿no te parece?

- Mirá, no me hablés más de eso – bufó Rita, terminando su té y tomando su cartera. - Llamame cuando empiece tu curso, ¿sí? No creas que soy tan necia, y puede ser que después de esto, empiece a escuchar tus anécdotas desde otra perspectiva… Quizás me quedé más con la versión de las tres carabelas que con lo que haya pasado realmente, ¿no? Pero eso sí, ¡no me pidas que toque ninguna de tus malditas piezas de colección! 




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