El privilegio de leer algo desconocido
Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual
Consigna: Buscar cuentos en la web de los escritores de las autobiografías, elegir uno que les guste especialmente y postearlo en el blog. Comentar qué les llamó la atención del cuento: procedimientos, trama, intriga, algo que los dejó pensando. Traten de describirlo específicamente. Qué tomarían prestado para un cuento propio.
Tras la búsqueda de diversos cuentos de
los autores vistos en las autobiografías propuestas anteriormente, han llamado
mi atención algunos de ellos que a continuación procederé a compartir. El
primero que ha logrado captar mi interés ha sido “Primeros Amores” de Osvaldo Soriano; dicho cuento forma
parte del libro Cuentos de los Años
Felices (1993). A continuación, lo transcribo con el objeto de que pueda
ser leído por todo aquel/ aquella que así lo desee.
“Siempre que voy a emprender un largo viaje recuerdo algunas cosas mías de
cuando todavía no soñaba con escribir novelas de madrugada ni subir a los
aviones ni dormir en hoteles lejanos. Esas imágenes van y vienen como una
hamaca vacía: mi primera novia y mi primer gol. Mi primera novia era una chica
de pelo muy negro, tímida, que ahora estará casada y tendrá hijos en edad de
rocanrol. Fue con ella que hice por primera vez el amor, un lunes de 1958, a la
hora de la siesta, en una fila de butacas rotas de un cine vacío.
Antes de llegar a eso, otro día de invierno, su madre nos sorprendió en la
penumbra de la boletería con la ropa desabrochada y ahí nomás le pegó dos
bofetadas que todavía me suenan, lejanas y dolorosas, en el eco de aquellos
años de frondicismo y resistencia peronista. Su padre era un tipo sin pelo, de
pocas pulgas, que masticaba cigarros y me saludaba de mal humor porque ya tenía
bastantes problemas con otra hija que volvía al amanecer y en coche ajeno. Mi
novia y yo teníamos quince años. Al caer la tarde, como el cine no daba
función, nos sentábamos en la plaza y nos hacíamos mimos hasta que aparecía el
vigilante de la esquina.
No había gran cosa para divertirse en aquel pueblo. Las calles eran de
tierra y para ver el asfalto había que salir hasta la ruta que corría recta,
entre bardas y chacras, desde General Roca hasta Neuquén. Cualquier cosa que
llegara de Buenos Aires se convertía en un acontecimiento. Eran treinta y seis
horas de tren o un avión semanal carísimo y peligroso, de manera que sólo
recuerdo la visita de un boxeador en decadencia que fue a Roca, al equipo de
Banfield, que llegó exhausto a Neuquén y a unos tipos que se hacían pasar por
el trío Los Panchos y llenaban el salón de fiestas del club Cipolletti. Los
diarios de la Capital tardaban tres días en llegar y no había ni una sola
librería ni un lugar donde escuchar música o representar teatro. Recuerdo un
club de fotógrafos aficionados y la banda del regimiento que una vez por mes
venía a tocarle retretas a la patria. Entonces sólo quedaban el fútbol y las
carreras de motos, que empezaban a ponerse de moda.
Cuando su madre le dio aquella bofetada a mi novia, yo estaba en la Escuela
Industrial y todavía no había convertido mi primer gol. Jugaba en una de esas
canchitas hechas por los chicos del barrio, y de vez en cuando acertaba a
meterla en el arco, pero esos goles no contaban porque todos pensábamos hacer
otros mejores, con público y con nuestras novias temblando de admiración. Con
toda seguridad éramos terriblemente machistas porque crecíamos en un tiempo y
en un mundo que eran así sin cuestionarse. Un mundo de milicos levantiscos y
jerarquías consagradas, de varones prostibularios y chicas hacendosas, sobre el
que pronto iba a caer como un aluvión el furioso jolgorio de los años sesenta.
Pero a fines de los cincuenta queríamos madurar pronto y triunfar en alguna
cosa viril y estúpida como las carreras de motos o los partidos de fútbol. Yo
me di varios coscorrones antes de convencerme de que no tenía ningún talento
para las pistas. Mi padre solía acompañarme para tocar el carburador o calibrar
el encendido de la Tehuelche, pero mi madre sufría demasiado y a mí las curvas
y los rebajes me dejaban frío. La pelota era otra cosa: yo tenía la impresión
de ganarme unos segundos en el cielo cada vez que entraba al área y me iba
entre dos desesperados que presumían de carniceros y asesinos. Me acuerdo de un
número 2 viejo como de veintiséis años, de vincha y medalla de la Virgen, que
para asustar a los delanteros les contaba que debía una muerte en la provincia
de La Pampa.
Lo recuerdo con cierto cariño, aunque me arruinó una pierna, porque era él
quien me marcaba el día que hice mi primer gol. Pegaba tanto el tipo, y con
tanto entusiasmo que, como al legendario Rubén Marino Navarro, lo llamaban
Hacha Brava. Jugaba inamovible en la Selección del Alto Valle y en ese lugar y
en aquellos años pocos eran los árbitros que arriesgaban la vida por una
expulsión.
Mi novia no iba a los partidos. Estudiaba para maestra y todavía la veo con
el guardapolvo a la salida del colegio, buscándome con la mirada. Un día que
mis padres estaban de viaje le exigí que viniera a casa, pero todo fue un
fracaso con llantos, reproches y enojos. Tal vez leerá estas líneas y recordará
el perfume de las manzanas de marzo, su miedo y mi torpeza inaudita.
Por un par de meses, antes de que yo la conociera, ella había sido la novia
de nuestro zaguero central y alguien me dijo que el tipo se vanagloriaba de
haberle puesto una mano debajo de la blusa. Eso me lo hacía insoportable. Tan
celoso estaba de aquella imagen del pasado que casi dejé de saludarlo. El chico
era alto, bastante flaco y pateaba como un caballo. Yo me mordía los labios,
allá arriba, en la soledad del número 9, cuando me fauleaban y él se llevaba la
gloria del tiro libre puesto en un ángulo como un cañonazo. Si lo nombro hoy,
todavía receloso, es porque participó de aquella victoria memorable y porque
sin su gol el mío no habría tenido la gloria que tiene.
Mi novia admitía haberlo besado, pero negaba que el odioso personaje le
hubiera puesto la mano en el escote. A veces yo me resignaba a creerle y otras
sentía como si una aguja me atravesara las tripas. Escuchábamos a Billy Cafaro
y quizás a Eddie Pequenino, pero yo no iba a bailar porque eso me parecía cosa
de blandos. En realidad, nunca me animé y si más tarde, ya en Tandil, caí en algún
asalto o en una fiesta del club Independiente, fue porque estaba completamente
borracho y perseguía a una rubia inabordable.
Pasábamos el tiempo en el cine, acariciándonos por debajo del tapado que
nos cubría las piernas, y creíamos que su padre no se enteraba. Tal vez era
así: andaba inclinado, ausente, masticando el charuto apagado, neurótico por el
humo y el calor de la cabina de proyección. Pero la madre no nos sacaba el ojo
de encima y aquella desgraciada tarde de invierno irrumpió en la boletería y
empezó a darle de cachetadas a mi novia.
Después supe que hacíamos el amor todos los días, pero en aquel entonces
suponía que había una sola manera posible y que, si ella la aceptaba, el más
glorioso momento de la existencia habría ocurrido al fin. Y ese instante, en
una vida vulgar, sólo es comparable a otro instante, cuando la pelota entra en
un arco de verdad por primera vez, y no hay Dios más feliz que ese tipo que
festeja con los brazos abiertos gritándole al cielo.
Ese tipo, hace treinta años, soy yo. Todavía voy, en un eterno replay, a
buscar los abrazos y escucho en sordina el ruido de la tribuna. Sé que estas
confesiones contribuyen a mi desprestigio en la alta torre de los escritores,
pero ahí sigo, al acecho entre el 5 que me empuja y Hacha Brava que me agarra
de la camiseta mientras estamos empatados y un wing de jopo a la brillantina
tira un centro rasante, al montón, a lo que pase. Se me ha cortado la
respiración, pero estoy lúcido y frío como un asesino a sueldo. Nuestro zaguero
central acaba de empatar con un terrible disparo de treinta metros que he
festejado sin abrazarlo y en este contragolpe, casi sobre el final, intuyo
secretamente que mi vida cambiará para siempre.
El miedo de perderme en la maraña de piernas, en el infierno de gritos y
codazos, ya pasó. El 10, que es un veterano de mil batallas, llega en diagonal
y pifia porque la pierna derecha sólo le sirve para tenerse parado.
Inexorablemente, ese gesto fallido descoloca a toda la defensa y la pelota sale
dando vueltas a espaldas del 5 que gira desesperado para empujarla al córner.
Entonces aparezco yo, como el muchachito de la película, ahuecando el pie para
que el tiro no se levante y le pego fuerte, cruzado, y aunque parezca mentira
aquella imagen todavía perdura en mí, cualquiera sea el hotel donde esté.
Igual que la otra, a la hora de la siesta, en una butaca rota del cine
desierto. Nos besamos y sin buscarlo, porque las cachetadas todavía le arden en
la cara, mi primera novia se abandona por fin y me recibe mientras sus pechos
que alguna vez consintieron la caricia de nuestro despreciable zaguero central
tiritan y trotan, brincan y broncan, hoy que nuestras vidas están junto a otros
y mi hotel queda tan lejos del suyo.”
Como lectora, este cuento ha logrado
emocionarme, ha conseguido tal vez traspasar las barreras de tiempo y espacio
de forma tal que, cada vez que lo ojeo nuevamente, me causa amor, ternura y afecto
por aquel joven de 15 años enamorado del fútbol y de una señorita de
Cipolletti. Es el efecto que me produce internamente esta historia lo que me
atrajo a leerla varias veces.
Me interesó la manera en la que
Soriano posiciona al lector como un igual, como un amigo a quien le cuenta este
relato, alguien cercano a quien le confiesa sus pasiones personales que
abarcaban la totalidad de sus pensamientos hacia el año 1958. Las mujeres y el
fútbol, una combinación o, mejor dicho, un tema de conversación varonil que se
ha argentinizado y que ha recorrido décadas entre nuestra gente. Sin embargo, en este relato, el autor no manifiesta dichos conceptos como algo corriente dado que los
rememora con melancolía, con cierto anhelo de volver a aquellos tiempos donde “…ese instante, en una vida vulgar, sólo es
comparable a otro instante, cuando la pelota entra en un arco de verdad por
primera vez, y no hay Dios más feliz que ese tipo que festeja con los brazos
abiertos gritándole al cielo”.
De acuerdo a lo que leí sobre el
escritor, se lo caracteriza por ser un hombre con una gran pasión por el
futbol, hincha de San Lorenzo; es en esta historia donde se hace evidente ese
amor que le tiene a este deporte de veintidós jugadores y una pelota en marcha
y a su vez, donde acontece su primer gol que lo lleva grabado en su memoria.
En mi opinión, este cuento podría ser
una pieza del rompecabezas de su vida. Su primera novia y su primer gol son
cosas que uno no suele olvidar con el pasar de los años. Es por ello también
que me ha gustado este cuento; por la sinceridad del escritor al contar sus
recuerdos, pero, por sobre todas las cosas, por su manera de expresar en palabras aquellos sentimientos que lo
atraviesan al momento de recordar esa butaca rota del cine y la pegada al arco en la
canchita del barrio. Ese pasaje de la intimidad a la escritura es lo que me
atrapó y lo que me llevó a seguir leyendo hasta el final; lo que me hizo
imaginarme a Soriano como un hombre de gran corazón que vive sus momentos pasados
como instantes que le recuerdan que fue feliz entre lo sencillo y lo cotidiano.
Al momento de redactar mi propio
cuento, tomaría prestado del autor el modo en que sitúa al lector como un
semejante fundando, por consiguiente, un clima más relajado y de intimidad.
Destaco a su vez, lo primordial que resulta ser la sinceridad o franqueza a la
hora de escribir. Rasgo que tendría en cuenta para cuando posea la oportunidad
de exponer mis propias palabras.
Otro texto de Osvaldo Soriano que me
gustaron mucho fue “Otoño del 53” y “Vidrios Rotos” también relatos hallados
dentro de Cuentos de los Años Felices. Capaz
es por eso que los encuentro interesantes, porque el autor verdaderamente
rememora sus Años Felices. Tiempos donde aún era un pequeño hombre que vivía
con cierta ingenuidad y simpleza los acontecimientos de su vida. Estos últimos
han sobrevivido al olvido en la mente del escritor y él se hace cargo de
transcribirlos a tinta y papel para que, de alguna forma, vuelvan a tener
“vida”. Acá dejo el link que he utilizado para poder leer dichos cuentos: https://semioticaiscaa.files.wordpress.com/2009/02/soriano.pdf
Hay otro autor que ha llamado mi
atención, Rodolfo Walsh, quien ha escrito, entre numerosas obras, la Carta Abierta a la Junta Militar.
“1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento
de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una
hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta
forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como
escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la
acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes
llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo
que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban
parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política
represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve
meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato
transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático
donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en
los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de
1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión
objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser
nacional” que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e
intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas
productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante
sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo
los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que
ha conocido la sociedad argentina.
2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas
de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales
guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún
juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los
procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la
mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el
fusilamiento sin juicio.
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados
negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el
recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad
o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta
o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo.
Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez
días según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de
anteriores dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de
límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente
sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares
quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El
potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores
medievales reaparece en los testimonios junto con la picana y el “submarino”,
el soplete de las actualizaciones contemporáneas.
Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la
guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura
absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener
información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder
al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la
dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.
3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es
asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares
descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e
imaginarias tentativas de fuga.
Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a
diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no
está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante
ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de
represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones
guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la
voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el
Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte
del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de
Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el
oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de
justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los
cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales,
intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples
sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la
doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres” que usaron los SS en los países
ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es
asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año
atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 ó 15 heridos, proporción
desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada
por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el
18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las
fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.
Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga
cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a
prevenir a la guerrilla y los partidos de que aún los presos reconocidos son la
reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de
Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor
del momento.
Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer
Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky,
detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros
cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin
piedad y narradas sin pudor.
El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de
enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de
Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son
desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes
planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete,
imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la
Junta de Gobierno.
4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto
después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en
algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su
magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.
Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en
las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta
la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la
Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal
Avellaneda, atado de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y
fracturas visibles” según su autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que
buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le
recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de
1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre,
sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15
kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas
herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición
del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de
arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea,
sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier
Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el
fiel de la balanza entre “violencias de distintos signos” ni el árbitro justo
entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha perdido el
rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats,
durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José
Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz y decenas de asilados en
quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en
Chile, Bolivia y Uruguay.
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos
Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a
través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos
ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA
en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a
la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se
esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados
por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América,
que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en
nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de
cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una
década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista
de “Prensa Libre” Horacio Novillo, apuñalado y calcinado después que ese diario
denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios
internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la
guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce
límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”.
5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin
embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las
peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la
política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus
crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con
la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%,
disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18
horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar,
resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos
reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de
las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo
asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación
al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han
retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial,
y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de
subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos
aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de
gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%,
el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay
zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra
que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la
diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan
hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y
buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un
tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras
centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por
el terror, los bajos sueldos o la “racionalización”.
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez
con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones
de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las
industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras
convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares
y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas
sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus
residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es
prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el
país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que
orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una
inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de
diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen
también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda
inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian
hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil
ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones
argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas
plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos
Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un
director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares
a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación
en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina
donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más
rápido que el dólar.
6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se
aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política
económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía
ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios
internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.
Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de
Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define
la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en
consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente
Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos
sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible
para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay
empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que
antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables,
la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos
bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los corruptos”.
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos
de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a
empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan
las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean
empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al
conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los
comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses
foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no
pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los
derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los
señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que
conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al
último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las
causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino
no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y
la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto
gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de
ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que
asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.”
Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977
Claro está que este texto no resulta
ser un cuento, ni es su objetivo parecerlo, pero me movilizó puesto que es un
relato que te concierne, quieras o no, como sujeto del pueblo argentino. Rodolfo
Walsh vuelca por escrito toda aquella impotencia, inteligencia y rebeldía que
le recorre tanto por su cuerpo como por su mente producto de las atrocidades
cometidas bajo el Golpe Cívico Militar a finales de los años setenta. Podría
decir que lo que me llamó la atención de este escrito no es su procedimiento o
su género, sino más bien la trama; aquella historia de la que todo argentino/a
(independientemente de la edad que posea) es parte y un sentimiento de
tristeza, oscuridad, odio y amargura lo/a invade al recordar esta etapa
siniestra y sombría que le ha tocado vivir a nuestro país. Cabe destacar que la
carta ha sido escrita a un año de la instauración de este régimen represivo.
Yo no he vivido la última dictadura militar,
sin embargo, al leer estas palabras, el autor logra transportarme a aquellos
años donde la represión, la tortura, la ignorancia y violación a los derechos
humanos, la desaparición forzada de personas, la muerte y la barbarie se respiraban
todos los días.
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