Un hogar, cuatro almas- Anécdota de Chejov


Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual


Consigna: A partir de la anécdota de Chejov, contar un cuento. “Un/a ………………. (nombre o tipo de personaje), en .................. (lugar, ambiente, época), va a un/a …………………… ( situación, ambiente más concreto, institución), gana / hereda / accede / encuentra / roba / recibe / falsifica / etc un millón (o cifra grande), vuelve a ............. (lugar, ambiente, etc), se suicida “. 
El ambiente se puede elegir en el pasado, presente o futuro, también se puede variar el género (fantástico, de terror, de ciencia ficción, drama, cómico o paródico, policial, maravilloso, de iniciación), el tipo de protagonista y la trama de los hechos. Lo principal es que se vean las dos lógicas, la de la historia del dinero o riqueza descubierta y la del suicidio.



                                        “ Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan.”- Stephen King.

Un hogar, cuatro almas

Las primeras flores comenzaban a decorar las calles porteñas para acompañar, con su perfume, al nuevo verde que brotaba en los jardines de los hogares opulentos que conformaban la glamorosa Recoleta. Los rayos de sol se entrometían por la ventana y el canto de los pájaros traían consigo una nueva mañana. Otra primavera se asomaba ante los ojos de una nueva mitad de siglo. Pero esta flamante época estaba teñida bajo una mirada gris y afligida por parte de Antonio, el único hijo de la familia Menéndez y el último heredero de una larga generación de terratenientes.

Antonio contemplaba desde su ventana solitaria cómo el murmullo de la brisa acariciaba las copas de los árboles bajo un atardecer dorado; recordaba a sus padres, de quienes nunca se había separado en toda su vida hasta el momento de sus repentinas y desgraciadas muertes unos meses atrás en un accidente de tránsito donde ambos fallecieron juntos. Nunca se había casado ni había formado una familia, algo de que lo que se arrepentía desde el fondo de su corazón. Por su condición social, tenía el mundo a sus pies, aunque una vida vacía.

¿De qué valía tener tanto patrimonio si solo él lo utilizaría? ¿Para qué tener una casa con innumerables dormitorios si no podía llenar dicho espacio? ¿Cuál ha de ser el sentido de poseer algo tan desmesurado y lujoso que él solo podía habitar con su individualidad? No, ya no podía seguir viviendo allí. Debía huir de aquel barrio de alcurnia que solo le traía pesadumbre.

Se decidió por la estancia familiar Villa Menéndez, ubicada en Mar del Plata, la famosa “perla del Atlántico”, que le había dado sus mejores veranos a lo largo de su infancia y adolescencia. Fue su hogar durante los meses de calor y el escenario de todas aquellas fotografías en blanco y negro que adornaban la casa de Buenos Aires; era donde se había enamorado por primera vez y donde las tardes iban pasando entre las travesuras de los pequeños integrantes de las familias amigas de gran prestigio. Antonio recorrió la ruta 2 rememorando con cierta melancolía, aquellos recuerdos que habían sobrevivido al olvido.

Al llegar, lo recibió el capataz que cuidaba de la estancia durante el año. Habían pasado ya varios veranos desde que Antonio no lo veía. No recuerda por qué, pero dejó de ir. Aunque en verdad, en su interior, él sabía que existía un motivo preciso, pero que él no se permitiría traer a la memoria.


Con el pasar de los días, iba evocando nuevos recuerdos: cada habitación lo remitía a escenas pasadas junto a sus padres, ellos siempre habrían querido transitar allí sus últimos años. La casa continuaba siendo aún muy grande para un solo hombre, pero allí estaba almacenado todo aquello que traía a la vida a sus progenitores. Sentía la presencia de ellos en la galería, en los adornos, en sus vestimentas y perfumes aún intactos, como si estuviesen esperándolos hasta las siguientes vacaciones.

Dentro de la estancia, Antonio sentía que el tiempo se detenía en alguno de los tantos veranos allí disfrutados. Recordaba a su madre contemplando el mar, a su padre montando su caballo preferido, las risas, las charlas junto al fuego, los consejos…

Una tarde, revolviendo los cajones de su pieza, encontró un pañuelo de Dolores, la mujer que se había apropiado de su corazón y de todas sus tardes en Mar del Plata años atrás. Ella era la indicada, la que lo atontaba con su sonrisa radiante y sus rulos pelirrojos; la única razón por la que regresaba todos los veranos, el motivo de sus noches de insomnio y la dueña de sus pensamientos más queridos.

De repente una angustia muy grande lo invadió por completo, se castigaba por haber encontrado ese trapo viejo que traía a Dolores nuevamente a su cabeza. Su amada había fallecido tras ahogarse en ese mar infinito. La corriente se la había llevado y junto con ella, una gran parte del alma de Antonio. Jamás se supieron las causas de su muerte pues su cuerpo nunca fue encontrado y desde entonces, no pudo recobrar fuerzas para volver allí. Sólo algo tan abrumador como la muerte de sus padres podía arrastrarlo nuevamente a esta ciudad marítima.

La falta de amor y compañía, la ausencia, la soledad y la tristeza, resultaban cada vez más insostenibles. Para desahogarse de sus aflicciones, Antonio gastaba su dinero en el Casino de la costa. Los juegos de azar se habían convertido en sus fieles compañeros de la noche para enterrar los sentimientos que lo atormentaban.

Poco tiempo después, un aviso del gobierno marplatense llegaba a su puerta: La Villa Menéndez sería expropiada y demolida con el objeto de construir un nuevo hotel gremial para albergar a la nueva y populosa clase media trabajadora que ahora tenía la posibilidad de veranear en aquella ciudad anteriormente reservada para la élite de principio de siglo. Su hogar, aquella venerada edificación que abrazaba todos sus recuerdos y mantenía la imagen viva de sus padres y de su amor, iba a quedar sepultada.

Para poder frenar la crueldad que el mandato peronista había dictaminado sobre su destino, Antonio, sin asesorarse, cree ingenuamente que puede revertir la situación ofreciendo una suma importante de dinero para salvar la estancia de su familia de la inminente tragedia.

Decide apostar su fortuna en el casino, pero durante varias semanas la suerte no estuvo de su lado, se pasaba noches e incluso días encerrado entre ruletas, naipes y fichas. Las cartas de advertencia de desalojo no cesaban de llegar, pero, al encontrarse sumido en su plan de auxilio, ni siquiera se percató de éstas. Cuanto más jugaba, más se envolvía en la nostalgia que le provocaban sus seres queridos, más recordaba todo aquello que añoraba pero que oscurecía y entristecía su corazón. Más tiempo perdía de disfrutar aquellas habitaciones que envolvían toda su existencia.


Hasta que una mañana, logró ganar lo que él creía suficiente para efectuar su propósito. Sentía que, por primera vez, se hallaba haciendo algo por sí mismo, estaba luchando contra los temerosos y agonizantes pensamientos que lo invadían al rememorar la muerte de Dolores y su familia; se estaba enfrentando con coraje a esos fantasmas que entristecían su alma de a pedazos.

Pero no fue más que una ilusión, un simple anhelo que se desdibujaba entre los escombros de la estancia mientras una enorme demoledora enterraba aún más su fantasía. Quedó paralizado unos segundos mientras observaba la escena. Su hogar no era más que polvo y ladrillos que cubrían la tierra arrebatándole su esencia de un tirón. Aquella imagen lo había quebrado. Las muertes padecidas lo envolvían y eran lo único en lo que podía pensar. Sólo escuchaba sus voces, sólo ellos eran el sentido de su vida. Ya no los podía salvar. El dinero, no los podía salvar. Ni a ellos ni a Antonio.

Abriéndose paso entre los restos que quedaban de la Villa, se dirigió hacia el acantilado donde su madre pasaba los atardeceres observando el mar. El viento le mojaba las mejillas. A lo lejos divisaba la figura de una mujer de pelos rizados. Dolores lo invitaba a seguirla, el mar se llevaría todas sus penas y tristezas, sería libre. Sin dudar, fue al encuentro de su enamorada. 

Comentarios

  1. Hola Vicky, tu cuento me gusto mucho. Supiste muy bien crear una cercanía con el lector, adentrandolo en la historia. Me sentí parte y realmente entendía todas sus dolencias y sufrimientos de tu personaje. Logras que uno como lector sienta lastima y me paso que anhelaba que el personaje logre su objetivo, aunque no fue el caso. El hecho de que hayas descrito con mucho detalle cada escena hace que uno se sienta parte y pueda acompañar al personaje desde cerca. Me paso, que al leer tu cuento, cierto mensaje se me vino a la mente, la importancia de las relaciones y como la plata no siempre soluciona todo o simplemente no trae esa satisfaccion o alegria que algunos creen. Yo creo que en el final remarcas este mensaje, cuando luego de todo ese esfuerzo y sufrimiento el personaje se siente libre y satisfecho, la figura del mar hace énfasis en esa libertad y felicidad. Ya no le importa lo material, sino el reencuentro, aunque sea fantasioso, con su gran amor.

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