Mi reloj de pulsera
Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual
Consigna: Escribir un cuento, que incluya: 1
objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj
antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona.
Mi reloj
de pulsera
“… Te regalan la necesidad de darle cuerda
todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te
regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las
joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el
miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa.
Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te
regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan
un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.”
No pude seguir leyendo,
no toleraba la idea de que un puñado de palabras bien escritas como las de
Cortázar pudiesen venir a buscarme para devolverme aquel sentimiento angustiante
del que soy cautivo.
Me hizo recordar a mi
reloj de pulsera, el compañero más querido de mi brazo derecho, cuya correa de
cuero estropeada delata cierta vejez y antigüedad. Sobre su cristal redondo -ahora
bastante dañado por el paso del tiempo, los golpes y las rajaduras- solía ver
mi rostro; era mi único reflejo en aquel entonces, donde me detenía firmemente para
resguardarme y no sentir las miradas ajenas: esos ojos llenos de prejuicio o de
pena que se detenían a observarme a causa de mi baja y atípica estatura.
Hace más de una década que
sus agujas ya no funcionan. Nunca me atreví a tocarlas y sostengo que nadie
debería hacerlo. Me fascina la idea de pensar que el tiempo se ha suspendido en
ese instante y que nosotros no somos más que sombras que deambulan ingenuamente
sin saberlo.
Pienso en la eternidad que
revelan aquellos minuteros inmóviles mientras acaricio a “Negrito”; sus
ladridos me recuerdan que el tiempo sí transcurre- al menos en esta realidad- y
que ya se ha hecho de noche. Siento que soy un cobarde que ha dejado que la
vida lo intimide hasta el punto de quitarme el coraje para acercarme al espejo
y ver quién soy. Bajito, diminuto, inexistente. Quiero volver a mirarme como
una vez lo hice, pero cada intento resulta en vano.
Me acerco a la habitación.
El deseo por reconocerme lucha contra mi arrepentimiento en medio de la
oscuridad. Prendo la luz y me veo en el espejo. Una aureola de silencio invade
la escena para acompañar la desilusión de mis ojos. Rompo aquel vidrio que me
retrataba con tan solo un golpe. Entre sus pedazos, finos y punzantes, llamó mi
atención aquel que dibujaba un medio círculo cerrado de forma casi perfecta. Sonreí
entonces ante la ironía del destino: aquella figura, símbolo idéntico de la
letra “T” del abecedario jeroglífico, me anunciaba que mi Tiempo había llegado.
Me vuelvo inmortal. Me
detengo, como mi reloj de pulsera.
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