Historias desde mi rincón soleado
Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual
Jueves 14 de mayo de 2020
Viernes 15 de mayo de 2020
Sábado 16 de mayo de 2020
Domingo 17 de mayo de 2020
Martes 19 de mayo de 2020
Nuevamente, entre mi caos de resúmenes un tanto manchados con agua de mate, aprecio la tarde desde este cuadrado iluminado.
Mientras escribo esto, me voy dando cuenta que soy bastante militante de los lugarcitos con sol.
Viernes 22 de mayo de 2020
Domingo 2 de agosto de 2020
Consigna: elegir una actividad cotidiana, que hagan todos los días, por ejemplo, preparar el mate. Describirla con el mayor detalle posible, cada día.
Historias desde mi rincón soleado
Todos tenemos un espacio dentro nuestro hogar que recibe los rayitos humildes que el sol nos regala. El mío es un tanto chiquito, pero acogedor. Simple. Como si estuviese pensado para que alguien se siente a disfrutarlo. Ese alguien vengo a ser yo.
Después de almorzar, llega el momento de refugiarme en mi rincón. Aquel lugarcito iluminado por el sol que entra desde la ventana, donde paso mis tardes de otoño, invierno y primavera. Un sitio que para mí simboliza que el frío ya se asoma entre nosotros, que será ese solcito mi aliado más fiel para combatirlo.
Mientras el agua para el mate termina de calentarse, voy llevando una manta y la compu hacia mi cuadrado soleado- reflejado en el piso- que me espera como todos los días. Los primeros ratos transcurren entre luchas conmigo misma por no caer en la tentación que refleja una siesta al sol. Más de una vez me sentí orgullosa de haberme resistido a semejante plan.
Hoy voy mechando mate con estudio. Esta combinación produce un desorden natural de papeles y pedacitos de yerba que me gusta. Mis medias ya están calentitas de tanto estar al sol y una gran tranquilidad me acompaña. Por suerte me vine temprano a mi rincón, no me perdí de sus horas más cálidas, en las que todavía el sol sigue pegando como si estuviésemos en enero. Son los ratitos que más disfruto.
El mate ya está listo, aunque sigue muy caliente. Me siento a esperar que los rayos de sol me envuelvan quitándome toda la sensación de frío posible, pero algunas nubes pasan por delante impidiendo que suceda; se quedan allí un buen rato, como si no quisiesen que me encuentre con mi compañero de tardes en cuarentena. Entretanto, yo sigo leyendo apuntes, con la ilusa esperanza de que me lo revelarán a su tiempo.
Ya falta poco para que la tarde llegue a su fin y pueda apreciar con más claridad las ventanas ajenas que se enfrentan a la mía al otro lado de la calle. A veces me detengo a observar esos pequeños mundos y cómo viven la vida. No logro reconocer qué es lo que realmente me intriga de aquellas escenas en simultáneo. Será que me agrada imaginarme sus posibles diálogos y pensamientos en esos momentos.
Otro sábado más puedo disfrutar de mi lugarcito. Es el día más ruidoso de la semana; no sé bien el motivo, pero mis vecinos hacen notar que la vida sigue su ritmo y que el sábado seguirá siendo el sábado por más que la pandemia nos quiera hacer caer en la monotonía.
Hoy intercambié el mate por un café, el estudio por la música. Percibo que mi rinconcito tiene más luz que de costumbre o quizá tan solo lo echaba de menos en su esencia pura tras la desaparición del sol ayer por la tarde. Mis pies vuelven a estar calentitos y ahora sí puedo disfrutar de la tardecita sin ningún reproche.
Lo particular de este lugar es que si te detenes en él y en su ventana, podes llegar a observar gran parte del recorrido del sol. Se logra apreciar cómo baja su intensidad; cómo se lo empieza a extrañar cuando ya no brinda el mismo calor que hace un rato, cómo nos da tanta vida sin que lo notemos. Con tan solo contemplarlo algunos instantes bastará para comprobar que el tiempo sí transcurre, que corre a una velocidad imparable y que nuestra existencia en este mundo es realmente diminuta ante su majestuosidad.
Me gusta pensar en el atardecer como una pelea que el sol tiene con la luna; como si fuese una nena haciéndole bochinche a su mamá para no irse de la casa de su amiga. Quiere estirar la situación lo más que puede. Se resiste. Se quiere convencer de que se va a quedar. Lástima que no sucede.
El almuerzo largo de domingo me hizo perderme las mejores horas de este lugar. Solo llegue – y bastante a las corridas- a ese momento donde sol desaparece de la escena y deja ver un tono rosa en el cielo que a más de uno nos deja medio enamorados.
Igualmente me quede allí sentada. Creo que necesitaba ese momento para pensar. Este rincón me da el espacio y el silencio que muchas veces me falta.
Lunes 18 de mayo 2020
Ya estoy instalada en mi recoveco; el sol hace rato que me acompaña y el mate está un poco lavado. Me queda poco tiempo antes de que mi escudo contra el frío se esconda detrás del edificio de la esquina, aunque sea por unos eternos minutos.
Algunos rayos traviesos se comienzan a asomar devuelta para no dejarme sola. Yo lo sigo esperando, porque sé que antes de irse del todo, vuelve aparecer para estar conmigo un tiempo más. Yo también me opongo a irme, me gusta mucho este lugar.
Nuevamente, entre mi caos de resúmenes un tanto manchados con agua de mate, aprecio la tarde desde este cuadrado iluminado.
Mientras escribo esto, me voy dando cuenta que soy bastante militante de los lugarcitos con sol.
Viernes 22 de mayo de 2020
Confirmo que no soy muy amiga de aquellos días donde el cielo se cubre de nubes y empieza a crujir advirtiendo la caída de unas nostálgicas gotas. El miércoles y jueves no he podido disfrutar de mi rincón que tanto valoro, aunque el mate no ha faltado.
Hoy nos volvemos a reencontrar y me vuelve a abrazar ese calorcito que me conceden los rayos valientes que se atreven a cruzar mi ventana. Es viernes y una merecida siesta me aguarda con mucho gusto. Yo la tomo sin cargo de conciencia alguno y me dispongo a confiar que el cálido ambiente me adormecerá.
Sábado 23 de mayo de 2020
Mientras baja el sol y me cebo mi decimoctava ronda de mate, observo los micromundos que se manifiestan tras las ventanas distantes de los departamentos opuestos al mío. Cada ventana es una familia; pequeña o grande, sencilla o lujosa, pero familia al fin. ¿Cómo se verá mi ventana desde afuera? me pregunto. ¿Qué pensarán de mi mundo aquellos que se aventuren a mirarlo?
Domingo 24 de mayo de 2020
La facultad se ha vuelto a apoderar de mí y no pude resistirme a recurrir a mi guarida soleada. Tengo tanto que leer, que no he tenido tiempo de armarme mi ritual matero. Al menos, me reconforta saber que el solcito me hace compañía durante un par de horas aliviándome el peso de la lectura.
Lunes 25 de mayo de 2020
Cada día me convenzo un poquito más que en otra vida debo haber sido alguna especie de planta, pues no encuentro otra explicación para que me guste tanto el proceso de fotosíntesis "humano" que genera el sol sobre mí. La energía de su luz me trasmite muy lindas vibras que me empujan a tomarme la cuarentena con un poco más de amor y buena onda. Creer o reventar diría mi abuelo. Y tendría razón.
Hoy tengo la increíble suerte de gozar un rico pastelito de membrillo con una chocolatada bien caliente para rememorar la fecha patria. Gracias 25 de mayo por semejante merienda en mi rectángulo iluminado.
Martes 26 de mayo de 2020
“Vengo a venderte una coma, para que puedas seguir escribiendo tu historia”, frase que escuché ayer por la noche en una película; me quedo grabada en la cabeza, como sucede muchas veces con la letra de una canción, como si tuviese algún motivo secreto para aferrarse a mí.
Mientras me arrincono en mi pequeño espacio y termino mi última infusión de mate, veo cómo la tarde cae sigilosamente, desapercibida, con una tranquilidad asombrosa sin que muchos noten su ausencia. Entretanto, la frase se sitúa una vez más en mi mente y entonces pude comprender,
¿acaso este lugar no me vende una coma, para que yo pueda seguir escribiendo mi historia?
No me considero una aliada del invierno. Su brisa fresca y seca, sus nubes insistentes y melancólicas, su frío intrépido e inevitable, la ausencia de colores en la escenografía cotidiana y sus inútiles días cortos me amargan un tanto el corazón. Más bien, es su insensible manía por no permitirle al sol asomarse el tiempo suficiente, lo que más me entristece.
Últimamente me he acostumbrado a extrañar aquellos traviesos rayos de luz que entrecruzan mi ventana e iluminan mi radiante rectángulo. El mes de julio me quitó las ganas de sentarme a disfrutarlos pues siempre que iba a su encuentro, ya se estaban yendo o ni siquiera se habían asomado.
Martes 18 de agosto de 2020
La flexibilización de la cuarentena me ha brindado la posibilidad de escaparme algunas tardes a la plaza del barrio para vivenciar la huida del solcito desde otra perspectiva. Definitivamente no creo que exista algo más bonito que sentir su cálido resplendor en el rostro para olvidar por un tiempo al despiadado frío.
Volvimos a encontrarnos. Lo sentí cerca otra vez.
Con algo tan sencillo se puede ser un poquito más feliz.
El sol ríe conmigo.
Miércoles 19 de agosto de 2020
Mi rincón soleado y yo hicimos las paces luego de un buen rato distanciados. No soporto la idea de aprovechar de su cálida compañía por tan solo unos breves momentos, tan fugaces que no logro terminarme el agua del termo antes de nuestra eventual despedida.
Extraño los días otoñales aquí refugiada entre un poco estudio y muchos mates bien calentitos que abrigan el cuerpo. Palpito las tardes primaverales que vendrán y fantaseo con esa bella luz natural que nos acompañará hasta que falte poco para cenar y la noche caiga ante nuestros ojos.
Sábado 22 de agosto 2020
Cuán preciado es nuestro tiempo al sol. Tengo la impresión de que pocos son los dichosos de sentir su intensidad y ternura con la que abraza al alma. Su compañía es sanadora y da fuerza. Tiene una energía inexplicable que nos ayuda a ver percibir lo cotidiano de otro modo.
Hoy el ritual matero no se hizo presente aunque no sé si lo necesito. Debo ser honesta, me basta con algunos rayos tenues para entibiar el corazón y abrir paso a los sentires.
Me volví a encariñar con mi pequeño recoveco de luz.
Domingo 23 de agosto de 2020
En este preciso momento no tengo nada, pero al mismo tiempo lo tengo todo. O casi todo. Un gran atardecer se monta ante mi presencia y una sensación indescriptible de paz me invade hasta la punta de los pies. Me quede observándolo un buen rato, como niña embobada al encontrarse con su primer amor.
La forma en la que el sol se desliza por el poniente me resulta encantadora, extraordinaria. Hoy traicioné a mi rectángulo soleado y subí a la terraza para observar este precioso ocaso. Sus colores me apasionan. Una mezcla de pensamientos, sensaciones, miedos y dudas me atacan sin preaviso. Apreciar. Pensar. Aprender. Recordar. Extrañar. Crecer en el silencio y decir en voz alta palabras al viento. Hace mucho tiempo no tenía un momento a solas conmigo misma.
Creo que cada puesta del sol me está dejando volver a armarme de a pedacitos y con paciencia. Me permite transitar mi propio y profundo encuentro bajo ese cielo anaranjado con pinceladas rosadas y violetas.
Lunes 24 de agosto de 2020
Volví a mi rincón. Tarde o temprano siempre regreso a él. Nuestro vínculo encierra algún elemento especial que aún no logro descifrar, como si fuese una especie de encantamiento que me seduce cada tarde. Resistirse resulta inútil. Su propuesta me cautiva por más que muchos lo observen como un simple rectángulo por donde se asoma el sol.
Para mí es refugio. Es amparo en aquellos días donde el corazón está detonado. Es cobijo en esas tardes donde necesitamos un mimo para el alma. Es guarida donde he pensado e imaginado tanto que ya no recuerdo cuando he comenzado. Es el origen de muchas de mis reflexiones más íntimas. Es testigo de llantos, risas y silencios.
Espero siempre, en todo lugar, encontrar un lugarcito tal como el mío.
Martes 25 de agosto de 2020
¿Quién hubiese pensado que este espacio sencillo, hogareño y soleado me enseñaría tantas cosas? ¿Se puede sentir tanto amor por un lugar?
Miércoles 26 de agosto de 2020
Pensé en mostrarte este sitio del que tanto te he contado. Una fotografía serviría para indicarte su tamaño, color y el escenario que lo acompaña. Mi rectángulo de luz tomaría aún más vida de la que mis palabras le han otorgado, pero tu rectángulo imaginario se desvanecería en tan solo un instante.
Soy una sutil defensora de que los relatos no deben regalarnos una imagen de aquello que describen pues es allí donde abandonamos el juego de la imaginación y nos limitamos a contemplar lo que se nos ofrece. Tú rincón soleado debe seguir siendo tuyo. No debe ser condicionado ni comparado con ningún otro. Lo concebiste a tu manera, con los rayos cálidos de luz que has creado y los singulares atardeceres que has improvisado en tu mente. Creo que lo mejor es que cada uno perciba aquel recoveco acogedor a su manera, con sus gustos e ideas.
En definitiva, todos hemos visto un rinconcito soleado en alguna parte.
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