Ojalá te hubiese abrazado un rato más

Alumna: García Visconti Victoria Pilar
Comisión: 07
Profesor: Castellano Santiago
Modalidad: Individual

Consigna: escribir un cuento en el que el objeto elegido sea importante para el narrador o narradora. Objeto: fotografía.

Ojalá te hubiese abrazado un rato más 

                                  “…qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso." – Julio Cortázar

Estoy en casa, está lloviendo tan fuerte que la música de la radio se escucha entrecortada. Acabo de terminar mi taza de té. El invierno se está asomando y me decido a bajar las cajas de ropa que guardan los abrigos. Me subo a un banco intentado agarrar una de ellas, pero el acto resulta en vano, no tengo la fuerza suficiente para moverlas del todo. Al bajar me encuentro con una foto tirada en el piso, calculo que el movimiento de las cajas la hizo caer sin que me diese cuenta. Era una foto que no veía hace mucho tiempo, que casi no recordaba que existía. Me la quedo mirando, inmóvil, quieta, como si fuese la primera vez que me la mostraban. 

El tiempo se detiene o al menos así lo percibo. Hago un esfuerzo muy grande por no llorar, por intentar que mis lágrimas no arruinen la foto que me devolvían la primera imagen de mi abuela desde que había fallecido. Yo creía conocer todas las fotografías familiares, era de mis mejores pasatiempos mirarlas apenas regresaban de ser reveladas. ¿Por qué la había dejado pasar? ¿Por qué no me había asegurado de atesorarla? 

Pero este retrato no tiene compasión y se aparece sin preaviso. Llega para tomarme de sorpresa, con la guardia baja. Como si ella la hubiese dejado ahí para que la recuerde, para que no la olvide a pesar de los años. El llanto me vence para demostrarme cuánto la extraño, cuánto la necesito en estos momentos que ya no está. Mi admiración por ella y mis ganas de abrazarla son enormes. Envidio a mi yo pequeño que disfruta de su cercanía en esa postal de verano.

                                   
    
En la foto, un balneario de la costa se desdibuja de fondo y mi abuela Chicha, a pesar de estar sentada en una silla, aún puede caminar. Yo la miro con una sonrisa despistada y divertida mientras ella me abraza por un costado y sonríe junto a mi abuelo. Está contenta, hace mucho tiempo ya que no la veía así. ¿Dónde estuvo esta foto todo este tiempo?

La veo a ella y pienso. Pienso en su felicidad en ese momento, en su fuerza, en su mano que desliza por mi espalda para demostrarme su amor, porque su enfermedad ya no la dejaba expresarlo con palabras. Pienso en cuánto me faltó aprovecharla, en lo mucho que me costó sentarme con ella para hacerle compañía por miedo a que siéntese que no la entendía. 

Pienso y me arrepiento. Fantaseo con las tardes que hoy podríamos estar disfrutando juntas, mientras mi abuelo nos tortura con sus rituales domingos de Racing. Imagino lo mucho que tuvo que sufrir y soportar. Maldigo a ese derrame cerebral que no nos concedió más charlas entre nosotras. Pienso y la extraño. Había que llorarla y llorar me hizo bien.

Ojalá pudiese volver a vivir esa escena, aquel instante previo a que la foto fuese tomada y se torne inmortal. Ojalá hubiese apreciado más esa sonrisa contagiosa que ella regalaba humildemente. Ojalá hubiese dejado que me abrace un rato más. 

(Mientras lo escribo, me decido a no releerlo, siento que es así como lo diría mi corazón. Qué sabrá ese de gramática, aunque sí de dolores y un tanto más de amor.) 

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